Son ya reiterados y contrastados los hechos que muestran que estamos produciendo y consumiendo por encima de los límites de nuestro planeta, contribuyendo con ello a su calentamiento global. Este fracaso de la acción climática es, para el Foro Económico Mundial (2022), el riesgo más grave al que se enfrenta la humanidad, peligro que se ha visto intensificado por los efectos de la COVID-19. El escenario de post-pandemia, que añade graves impactos económicos y sociales a la ya endémica crisis medioambiental, necesita, según COTEC (2021), una aceleración de la transición de la economía hacia una “circularidad sostenible”. Esta necesidad de transformación y de cambio de modelo resulta aún más apremiante en la actual situación de pandemia y guerra, la cual ha evidenciado la gran dependencia de la Unión Europea del suministro externo de energía y materias primas.
Desde el punto de vista de la sostenibilidad, el desarrollo requiere un equilibrio entre las cuestiones económicas, ambientales, sociales y tecnológicas, y la circularidad contribuye claramente a reconciliar todos estos aspectos. Pero la economía circular debe interpretarse no solo en clave de “necesidad”, sino de “oportunidad” para todos. Sin perjuicio del rol que jueguen los distintos actores implicados en la transición circular, esta supone grandes retos para las empresas. Por un lado, deberán adaptarse a los cambios normativos y adoptar nuevos valores y rutinas organizativas. Por otro, podrán ver afectada toda su cadena de valor, desde el diseño hasta la gestión de las relaciones con sus partes interesadas. En este sentido, la Fundación Ellen MacArthur y el propio Parlamento Europeo han destacado el papel innovador de las empresas y también su capacidad para generar crecimiento económico y empleo en torno a la economía circular.
Tampoco debemos confundir el término economía circular con la eco-eficiencia, que persigue la minimización del volumen, velocidad y toxicidad de los flujos de materiales sin alterar su progresión lineal. En este sentido, vincular los sistemas económicos y ecológicos requiere entender el concepto de “eco-eficacia” definido por Braungart. En contraste con el enfoque de minimización de la eficiencia, la eficacia aplicada a la economía circular supone la transformación de los productos y los flujos de materiales asociados de manera que se formen relaciones positivas entre el desarrollo económico y los ecosistemas. Así, mientras que la eco-eficiencia busca soluciones cortoplacistas que minimicen los impactos negativos sobre el sistema natural, la eco-eficacia explora relaciones duraderas y sinérgicas entre la industria y su entorno.
En este contexto, las empresas tienen la oportunidad de adaptar sus modelos de negocio mediante: el suministro sostenible de energía, materias primas y componentes; la recuperación de recursos, impulsando las cadenas de retorno que transforman los desechos en valor; la extensión de la vida útil de materiales y productos, a través de, por ejemplo, la reparación, actualización, reacondicionamiento o reventa; las plataformas de uso compartido que promueven la colaboración entre los usuarios del producto, facilitando el intercambio de la sobrecapacidad o subutilización; y la conversión de productos en servicios, sustituyendo la propiedad por arrendamientos y pagando solo por la disposición de los bienes y su mantenimiento.
De este modo, conseguir la “ventaja circular”, término ya acuñado por Accenture en 2014, supone que las empresas deben ir más allá de la eficiencia y perseguir todos los principios de la economía circular: regenerar, optimizar, cerrar los flujos y alargar los ciclos de vida. Una ventaja que además debe ser colectiva y, por tanto, extendida a toda cadena de valor y a los grupos de interés clave. No cabe duda de que las oportunidades de la economía circular serán compartidas y trans-sectoriales o no serán.
Eugenia Suárez Serrano
Directora de la Cátedra COGERSA de Economía Circular
Profesora de Organización de Empresas de la Universidad de Oviedo
Artículo publicado en el El Comercio